Cuando somos creados en el útero, el cuerpo de otro ser es nuestro universo. Nos sostiene, nos protege, nos da calor, nos nutre… Es un estado de fusión total con la madre. Y de este estado inicial de plenitud y bienestar, cualquier separación se vive como devastadora, es la pérdida del “paraíso”. El solo hecho de nacer y tener que respirar, de que mamá no esté pendiente las 24h, para el bebé, ya es una pérdida de ese universo amoroso. Por lo tanto, la frustración es inherente a la vida. Cuando somos creados en el útero, el cuerpo de otro ser es nuestro universo. Nos sostiene, nos protege, nos da calor, nos nutre… Es un estado de fusión total con la madre. Y de este estado inicial de plenitud y bienestar, cualquier separación se vive como devastadora, es la pérdida del “paraíso”. El solo hecho de nacer y tener que respirar, de que mamá no esté pendiente las 24h, para el bebé, ya es una pérdida de ese universo amoroso. Por lo tanto, la frustración es inherente a la vida. La existencia del otro es lo que nos permite sentirnos vivos, y la ausencia de mamá se vive como una angustia de no tener sostenimiento, de peligro, y entonces se produce algo increíble, se empieza la construcción de algo simbólico dentro de uno que expulsa a mamá y ahí se crea la existencia de “yo” o también llamado "ego". Lo que era uno solo pasa a ser dos. Este otro separado nace al sentir que mamá no está 100% para mí, y este movimiento desembocará en una búsqueda anhelante permanente de un encuentro con algo o con alguien que nos devolverá ese “paraíso perdido”. Y así entramos en una fantasía permanente que será con la pareja, los hijos, el trabajo, el poder, el dinero, sustancias, etc. que nos van a dar y vamos a volver a sentir lo que tanto anhelamos. Y tarde o temprano siempre defrauda, porque nada puede sostener ese sueño originario. Y así el dolor está asegurado, porque es un sueño inalcanzable. Entonces, en el momento en que la vida, amorosamente, se hace suficientemente terrible, cuando nos sacude fuerte y rompe nuestro castillito de arena de lo que nos habíamos montado, creído y no hay nada más con lo que sujetarse, nos quedamos desnudos, en un vacío. Este vacío originario es temido, nos da miedo, no lo reconocemos. Si en lugar de rechazarlo te rindes ante este y te entregas, el vacío comienza a aparecer lleno, bondadoso, amoroso. Y surge una nueva comprensión: yo soy la vida y estoy fusionado a ella, no separada, y esta nueva percepción transforma la concepción de vida, de quien soy, de mis potenciales, de vivir. Es por ello que la sanación es un viaje, un viaje de perderlo todo para encontrarlo todo. Nacer del vacío para volver al vacío en vida ¿Para qué? Para ganar algo muy significativo: la consciencia de unx mismx. Y así regresar al origen. |