No soy lo que creo que soy. Mi cuerpo físico, mis pensamientos, emociones, percepciones, eso está en mí, lo puedo observar y sentir, y no soy eso. El apego a la identidad, a quien creo que soy, mi ego o estructura del carácter, está basado en el condicionamiento, en lo que desde fuera me han dicho que soy y me creí, basado en experiencias externas y del pasado, así como la información genética familiar. Un niño es inocente y lo toma todo, no distingue entre nutritivo o destructivo. Y así el niño, por miedo a ser rechazado por la familia, el clan (por instinto de vida) se entrega ante las demandas externas de un amor condicionado, se somete por amor. Y ya adulto, sigue buscando ese amor incondicional o "paraíso" del que viene y que perdió. Y así creó la idea de separación, para no sentir esa herida genuina de no haber sido tomado tal y como era, como es. Ese rechazo, abandono, traición, injusticia o humillación que vivimos, y nos dijimos que nunca más, fruto de nuestra percepción subjetiva de los hechos que vivimos. El niño no puede comprender que, por ejemplo, mamá está estresada y que le contesta en un tono seco, el niño interpreta que entonces es malo, es culpable. Y la paradoja es que, ya adultos, papá y mamá no están, y somos nosotros mismos los que seguimos perpetuando esa herida, creyéndonos el programa interno de culpa o desvalorización. Por ese camino no sanaremos la herida. Si seguimos buscando y reclamando al exterior aquello que no nos dieron, que nos faltó, sea atención, aceptación, reconocimiento por ser lo que somos nunca llenaremos ese vacío, esa carencia. Y desde ese pasado, estos patrones que sumidos en el inconsciente manejan nuestra vida, se proyectan en el futuro, asegurando que seguiremos corriendo ciegamente en la misma rueda de la insatisfacción, del sufrimiento. Desde la mente egoica, la identidad, no hay escapatoria. El único camino es hacia adentro. Permitirnos sentir aquello que en su momento no nos atrevimos, a expresar, a gritar, llorar el dolor hasta que algo se rompe por dentro, visitando nuestro propio infierno. Al irnos vaciando de aquello reprimido creamos nuevos espacios interiores, nuevas aperturas, permitir que el río de energía vuelva a fluir. Comprender de qué manera nos limitamos y bloqueamos nosotros mismos al entregar el poder a fuera, a los pensamientos, la familia, la pareja, la sociedad. Poner luz a la oscuridad, haciendo consciente lo inconsciente. Responsabilizarnos de nuestra vida y decidir qué queremos hacer con aquello que nos sucede a cada instante. Ir atravesando miedos para permitirnos vivir la vida que queremos vivir, porque así lo merecemos. Comprender quién o qué soy en profundidad, para darnos cuenta que todo ha sido necesario para poder aprender a amarnos tal y como somos, con nuestras luces y sombras, y recuperar el reino perdido, la consciencia, vivir desde nuestro Ser. Y así nace el agradecimiento, al comprender todo lo que nos ha dado y sigue dando la vida y comprender el juego. Y así iniciar el salir hacia fuera, pudiendo dar a otros desde nuestra plenitud. Es una travesía para héroes y heroínas, que se prolonga a lo largo de toda nuestra vida. Algunos se niegan, otros florecen. Así vamos madurando y pasamos de ser niños inconscientes a mujeres o hombres conscientes. No soy el contenido sino el contenedor, el espacio interno donde las percepciones tienen lugar. Para mí aquí nace el giro transformador de la vida, en comprender este cambio de percepción, más amplio y profundo. Soy una manifestación de la Consciencia, Divinidad, Energía Universal, Unidad, Creador… y muchos otros nombres que a lo largo de la historia han surgido para nombrar lo innombrable. Todos
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